domingo, 4 de septiembre de 2016

AL FIN SOLOS

-          Julián, me voy- dijo Adela sin levantar la mirada y sin interrumpir el movimiento mecánico de elevar y descender la cuchara del plato a la boca y viceversa.
-          ¿Volverás muy tarde? – preguntó Julián con el mismo desinterés  que percibió en el anuncio de Adela.
-          No, Julián, no me has entendido –aclaró Adela, ahora sí, levantando la mirada hacia su marido mientras dejaba la cuchara suspendida a medio camino entre su boca y el plato- me voy para siempre, te dejo.
-          ¿Que me dejas? ¿Cómo que me dejas? ¿Que te quieres divorciar? – preguntó Julián intentando sobreponerse a la sorpresa.
-          Lo del divorcio es cosa tuya – dijo Adela – si quieres que haya divorcio oficial, por mí ningún problema, ni en el fondo ni en la forma, pero mañana me voy. De momento me llevo lo imprescindible y ya te llamaré para decirte cuando vengo a buscar mis cosas.
-          Pero, ¿y la casa, las cuentas corrientes, en fin…todo, qué vamos a hacer con todo eso, y a los niños, cómo se lo vamos a explicar?
-          No te preocupes ahora por eso, seguro que encontramos una solución que nos satisfaga a los dos, en cuanto a los niños, te recuerdo que el menor ya tiene treinta años y el mayor ya ha pasado por esto mismo, así que no creo que necesiten demasiadas explicaciones.
Mientras hablaban, ambos se habían levantado de la mesa y de forma mecánica, tal como hicieron siempre, habían empezado a recoger la mesa. Julián los platos y los cubiertos, Adela la sopa sobrante y la fuente con los filetes que no habían comido. Como cada día, él se ocupaba del lavavajillas y ella de guardar en el frigorífico la comida sobrante para reciclarla al día siguiente. 
En los casi cuarenta años que llevaban juntos nunca habían pasado por una de esas crisis que dicen que sufren todas las parejas. Nunca habían dado muestras de cuestionarse su relación. En algún momento habían tenido desavenencias, diferencias de criterio e incluso alguna que otra discusión más o menos fuerte, pero nada que el paso de una noche no solucionase.
Se casaron jóvenes, ninguno de los dos había cumplido los veinticinco y los hijos llegaron pronto y con ellos, Adela tuvo que dejar su trabajo para cuidarlos, mientras Julián procuró alargar sus jornadas laborales para conseguir así algunos ingresos extras.
Nunca pasaron grandes apuros económicos. Se compraron el piso en el barrio de El Pilar y con algunas estrecheces consiguieron pagarlo. Pocas vacaciones para que sus hijos tuviesen una carrera y ya no recordaban la última vez que fueron al cine.
Desde hacía varios años, vivían solos. Los hijos independizados y Julián a punto de la jubilación y si en algún momento se plantearon hacer un pequeño viaje de placer, la falta de costumbre y, posiblemente de no ejercitarla, la falta de ganas, les hicieron desistir.
Julián estaba tan asentado en esta cómoda monotonía, dando por sentado que debería ser igual de cómoda para Adela, que el anuncio de su marcha solo le resultó incomprensible. No se planteó nada más, ni los motivos, ni donde habría pensado ir Adela, ni siquiera qué haría él después y Adela no estaba dispuesta a dar demasiadas explicaciones.
A la mañana siguiente, Adela abandonó la casa sin mas equipaje que una pequeña maleta con algo de ropa y utensilios de aseo. Al cerrar la puerta tras de si, todavía en el descansillo, miró la maleta y como dirigiéndose a ella, dijo : -Al fin solas.

Julián, se quedó sentado en el sofá del salón, cogió el mando de la televisión, la encendió y mirando al mando y como dirigiéndose a él, dijo : -  Al fin solos.

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