-
Julián,
me voy- dijo Adela sin levantar la mirada y sin interrumpir el movimiento
mecánico de elevar y descender la cuchara del plato a la boca y viceversa.
-
¿Volverás
muy tarde? – preguntó Julián con el mismo desinterés que percibió en el anuncio de Adela.
-
No,
Julián, no me has entendido –aclaró Adela, ahora sí, levantando la mirada hacia
su marido mientras dejaba la cuchara suspendida a medio camino entre su boca y
el plato- me voy para siempre, te dejo.
-
¿Que
me dejas? ¿Cómo que me dejas? ¿Que te quieres divorciar? – preguntó Julián
intentando sobreponerse a la sorpresa.
-
Lo
del divorcio es cosa tuya – dijo Adela – si quieres que haya divorcio oficial,
por mí ningún problema, ni en el fondo ni en la forma, pero mañana me voy. De
momento me llevo lo imprescindible y ya te llamaré para decirte cuando vengo a
buscar mis cosas.
-
Pero,
¿y la casa, las cuentas corrientes, en fin…todo, qué vamos a hacer con todo
eso, y a los niños, cómo se lo vamos a explicar?
-
No
te preocupes ahora por eso, seguro que encontramos una solución que nos
satisfaga a los dos, en cuanto a los niños, te recuerdo que el menor ya tiene
treinta años y el mayor ya ha pasado por esto mismo, así que no creo que
necesiten demasiadas explicaciones.
Mientras hablaban, ambos
se habían levantado de la mesa y de forma mecánica, tal como hicieron siempre,
habían empezado a recoger la mesa. Julián los platos y los cubiertos, Adela la
sopa sobrante y la fuente con los filetes que no habían comido. Como cada día,
él se ocupaba del lavavajillas y ella de guardar en el frigorífico la comida
sobrante para reciclarla al día siguiente.
En los casi cuarenta años
que llevaban juntos nunca habían pasado por una de esas crisis que dicen que
sufren todas las parejas. Nunca habían dado muestras de cuestionarse su
relación. En algún momento habían tenido desavenencias, diferencias de criterio
e incluso alguna que otra discusión más o menos fuerte, pero nada que el paso
de una noche no solucionase.
Se casaron jóvenes,
ninguno de los dos había cumplido los veinticinco y los hijos llegaron pronto y
con ellos, Adela tuvo que dejar su trabajo para cuidarlos, mientras Julián
procuró alargar sus jornadas laborales para conseguir así algunos ingresos
extras.
Nunca pasaron grandes
apuros económicos. Se compraron el piso en el barrio de El Pilar y con algunas
estrecheces consiguieron pagarlo. Pocas vacaciones para que sus hijos tuviesen
una carrera y ya no recordaban la última vez que fueron al cine.
Desde hacía varios años,
vivían solos. Los hijos independizados y Julián a punto de la jubilación y si
en algún momento se plantearon hacer un pequeño viaje de placer, la falta de
costumbre y, posiblemente de no ejercitarla, la falta de ganas, les hicieron
desistir.
Julián estaba tan
asentado en esta cómoda monotonía, dando por sentado que debería ser igual de
cómoda para Adela, que el anuncio de su marcha solo le resultó incomprensible.
No se planteó nada más, ni los motivos, ni donde habría pensado ir Adela, ni
siquiera qué haría él después y Adela no estaba dispuesta a dar demasiadas
explicaciones.
A la mañana siguiente,
Adela abandonó la casa sin mas equipaje que una pequeña maleta con algo de ropa
y utensilios de aseo. Al cerrar la puerta tras de si, todavía en el
descansillo, miró la maleta y como dirigiéndose a ella, dijo : -Al fin solas.
Julián, se quedó sentado
en el sofá del salón, cogió el mando de la televisión, la encendió y mirando al
mando y como dirigiéndose a él, dijo : - Al fin solos.
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