martes, 6 de septiembre de 2016

CONVERSACIONES CON MI PROSTATA (V)

-¿Y qué piensas hacer?
-De momento cuidarte a ti lo mejor que pueda, pues de tu salud depende la mía.
-Gracias, compañero, pero como eso ya lo daba por descontado, mi pregunta era algo más concreta.
-Lo sé, lo sé,...pero ahora mismo no tengo una respuesta clara. Ya no se trata tanto de mí, porque a fin de cuentas, tendré que asumir las consecuencias de mis males, pero la pregunta es...¿Tengo derecho a arrastrar a alguien a una vida incompleta ? ¿Cuánto tardaré en odiarme por ello? O ¿Cuánto tiempo pasará hasta que me pidan cuentas?
Aún nos queda mucho camino por recorrer, pues como ves, llevamos varios años de visitas y consultas y estamos casi como al principio. Se han sucedido las ecografías, los análisis, las pruebas de tu fortaleza y algunas más que ahora no recuerdo, y el resultado siempre es el mismo. Te niegas a adelgazar, aunque parece que estás en un peso estable y eso me alegra.
-¡Vaya!, menos mal, me quitas un peso de encima.
-Que más quisiera yo que quitarte todo el que te sobra, pero me temo que tendremos que seguir queriéndonos como somos.
-Oye, ¿Tu crees que  todos los que sufren nuestras mismas desavenencias tienen los mismos problemas?
-No lo sé. Tradicionalmente se han relacionado los males de tus congéneres con el ocaso de la vida sexual de los hombres, pero puede que esto solo sea una leyenda urbana, o puede que tenga algo de verdad. Lo cierto es que cada cual gestionará sus males, sus miedos y sus fantasmas como mejor pueda y sepa, pero cuando de fantasmas se trata, generalmente tendemos a guardarlos en el castillo y si alguna vez osan mostrarse, el resultado, casi siempre, es el contagio del miedo, por eso procuramos atarlos con cadenas y bolas de hierro para que se muevan lo menos posible y ya que a nosotros nos tienen temblando de miedo, al menos que no asusten a quienes tenemos al lado.
Lo que me pregunto es ¿si no sería mejor mostrarlos tal y como son?, porque a lo mejor resultaría que no son sino producto de nuestra propia inseguridad y un solo soplo bastaría para desvanecerlos.
-¡Uff! , que profundo te has puesto. No sé si soy capaz de seguirte.
-Pues vas a tener que hacerlo, porque en breve tenemos otra cita con el señor Urólogo.
-¿El mismo de la otra vez?
-No, este es nuevo y me parece que quiere volver a empezar desde el principio.
-¿Con saludo incluido?
-No creo que quiera intimar contigo, le bastará con verte por televisión y seguramente querrá verte trabajar, porque debemos ir con el depósito bien lleno de agua.
-Intentaremos estar a la altura.
-En ti confío compañera.
Habían pasado cinco años desde nuestro primer encuentro y ya había aprendido a soportarte, a cuidarte e incluso a quererte porque de tu salud dependía la mía, pero ahora tendría que aprender a mostrar tus consecuencias sin avergonzarme por ello, a pelear por una vida diferente, pero no por ello menos satisfactoria.
Esta vez nos habían citado de buena mañana. El escenario era diferente al que habíamos conocido hasta ahora, pues en ese tiempo habíamos cambiado de residencia y con ello de Comunidad Autónoma. Esto no tendría por qué suponer un problema, pero pronto veríamos que alguna dificultad nos iba a acarrear esta circunstancia.
Llegamos puntuales, con casi dos litros de agua bailando en mi tripa que pronto empezaron a molestarte y te empeñaste en evacuar de urgencia. Como la señorita de recepción no nos había dado ninguna instrucción, solo se había limitado a inscribir nuestra cita y advertirnos que estuviésemos atentos a la llamada que se produciría a través de una pantalla, aguantamos, en realidad fui yo quien aguanté tus continuas llamadas de socorro para que te salvase de la inundación, pues entendía que si nos habían citado con el agua hasta el corcho, sería para algo y no era cuestión de soltarla gratuitamente solo porque tu no fueses capaz de aguantar un poquito.
-Total, si nos han citado a esta hora, no creo que tarden mucho en llamarnos, te dije para calmarte.
Pero el tiempo pasaba y la dichosa pantalla no se acordaba de nosotros, así que dos horas mas tarde y harto ya de movimientos de piernas disuasorios de la necesidad incontenible que nos atormentaba, me dirigí a la recepción para hacerles ver la circunstancia y ahí nos llegó la primera sorpresa.
-Debería usted haberme avisado cuando tuviese ganas –me dijo- pues antes de que le vea el doctor hay que hacerle una medición (ahí me asusté) …de caudal e intensidad.
-Pero usted no me ha dicho nada de eso – protesté.
-Se me habrá pasado – contestó con toda naturalidad.
Pero no se si fuera por aquello de la autoridad de las batas blancas o porque la urgencia que nos ocupaba no nos dejaban pensar demasiado, no dije nada, solo me preocupé en desalojar mi vejiga lo más rápidamente posible. ¿Recuerdas que descansados nos quedamos?
Con tres horas de demora nos recibió el doctor y ahí íbamos a recibir nuestra segunda sorpresa. ¿Qué le pasa a usted? – fue la pregunta su pregunta.
-¿Cómo que qué me pasa? – pensé – ¿después de cinco años aun me pregunta qué me pasa? – Pues lo que dice el historial – contesté de no muy buen humor – que aquí a mi compañera le ha dado por engordar.
-Es que yo no tengo su historial – me dijo – si usted ha cambiado de Comunidad Autónoma, aquí no tenemos su historial, tenemos que hacerlo de nuevo.
No podía creer lo que estaba oyendo. En la era de la informática y de las comunicaciones, el sistema de salud no se comunica entre diferentes administraciones.
-Increíble – dije mientras veía como aquel hombre empezaba a mirarme mal –como increíble también me parece que nos hayan citado a las diez de la mañana y sea la una de la tarde cuando nos reciben – me desahogué.
-Cállate que la liamos – te oí decir por lo bajo.

¡Y vaya si la liamos!, 
Aunque yo me había apresurado a decir que, posiblemente no era culpa suya, sino de la organización del sistema, creo que se lo tomó de forma personal, porque su respuesta fue algo chocante. ¿Recuerdas?
—Yo llevo aquí desde las ocho de la mañana y no me quejo— dijo—además—subrayó—siempre tenía la opción de marcharse.
No me pude contener, lo siento, ya me había estado conteniendo durante dos horas y mi capacidad de contención, en todos los sentidos, se había agotado.
—La diferencia entre usted y yo—contesté—es que usted está aquí por obligación porque este es su trabajo, yo estoy por necesidad y por derecho y ambas cosas anulan la opción de marcharme sin ser atendido.
Por una vez me enfrenté a la autoridad de una bata blanca y te confieso que me quedé muy a gusto.
Poco mas sacamos en claro de aquella visita, solo que todo parecía seguir igual y que volveríamos a vernos en unos meses. Parece, compañera, que lo que nos espera hasta el final de nuestros días es pasar por revisión cada cierto tiempo. Sólo espero que los próximos profesionales que nos atiendan hayan desayunado mejor que este.

Mientras tanto, tu y yo, a cuidarnos mucho.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario