domingo, 4 de septiembre de 2016

CONVERSACIONES CON MI PROSTATA (III)

¿Cuántas cosas pasan por nuestra vida cuyo destino está indisolublemente ligado al nuestro y no somos conscientes de ello?. Creo que desde ese momento, dediqué un poco mas de mi tiempo a reflexionar sobre ello y, desde entonces, he tenido ocasión de sorprenderme con alguna que otra evidencia.
La espera fue larga. Un mes es demasiado tiempo para mantener la incertidumbre sobre qué apellido darían al motivo de tu sobrevenida obesidad, tal vez “hiperplasia benigna”, en cuyo caso, aunque estaríamos ante una situación que nos causaría molestias, situaciones incómodas e incluso haría nuestra vida un poco más difícil, al menos no correríamos el riesgo de un desenlace doloroso, pero si por el contrario fuese calificado como “adenocarcinoma”, la situación sería bien distinta, tanto que durante ese tiempo evité pensar en ello y creo que lo conseguí
Bueno, creo que te estoy aburriendo con denominaciones extrañas que te sonarán a chino y con reflexiones que pueden asustarte, así que apliquemos la máxima de no empezar a bailar hasta que no empiece la música.
Y la música sonó y su sonido fue agradable y la letra terminaba el verso con la palabra “benigna” y nos relajamos un poco, pero tan solo un poco, porque esto no descartaba el rosario de pruebas, tratamientos y efectos que trastocarían nuestras vidas. Había empezado el baile y aunque estábamos dispuestos a salir a la pista, aun no sabíamos hasta que punto podría ser agotador.
La señora Doctora, determinó entonces que debería ser alguien con mayores conocimientos en relaciones como la nuestra quien se hiciese cargo de guiar y cuidad nuestra convivencia. Ella misma tramitó la entrevista, aunque el tal señor Urólogo (así se llamaba) debía ser un señor muy ocupado, pues su agenda no encontró un hueco hasta siete meses después.
-Bueno, si está tan ocupado será porque debe ser muy bueno en su trabajo  y tiene mucha clientela,- te dije, pero creo que no te hizo demasiada gracia tener que esperar tanto. Ahora te confieso que a mí tampoco me gustó demasiado.
Durante esos siete meses tuviste momentos de verdadera irritación. No me negarás que en varias ocasiones pagaste conmigo el enfado. A veces impidiendo la evacuación cuando mas necesidad había de ello, o provocando inundaciones inesperadas, aunque te diré que lo que más me molestaba eran esas intermitentes goteras que, a veces, quedaban tras la evacuación.
También, en alguna ocasión en que se manifestó mi deseo como hombre, o quise corresponder al deseo de mi compañera, me dejaste solo, me abandonaste a mitad de la carrera y, en ocasiones tuve que recurrir a otras ayudas que permitiesen que, al menos, mi compañera llegase a la meta con un mínimo de dignidad, mientras la mía se esfumaba con tu deserción.
Fue un tiempo de desconcierto, de inseguridades y de miedo a que la fuerza que a ti se te escapaba, se llevase consigo lo único estable que había en mi vida, mi matrimonio.
Parecía que no llegaría nunca, pero llegó. Con el frio de enero, nos recibió el atareado señor Urólogo. Acudimos a la cita algo nerviosos y con mucho que contarle, pues muchas habían sido las cosas que nos habían pasado en aquel tiempo. De camino a la cita, fuiste enumerándome todos los episodios que habíamos pasado juntos, como recordatorio y con la intención, supongo, de que no me dejase nada en el tintero del recuerdo. Habíamos puesto mucha esperanza en aquel momento, tal vez porque ambos la necesitábamos, porque en el fondo abrigábamos la quimera de que un tratamiento especializado nos devolvería a la normalidad.
El resultado fue algo decepcionante. La enumeración de los hechos, por mi parte, fue exhaustiva, pero supongo que el señor Urólogo ya había oído la misma letanía muchas veces y su protocolo de actuación respondía a una rutina propia de quien, estando harto de tratar casos como el nuestro, se siente llamado a causas más altas.
-Ni puñetero caso – me dijiste al salir de allí.
-No, no es eso, si que nos ha escuchado – quise tranquilizarte- y nos ha citado para dentro de un mes para hacernos unas pruebas. Lo que pasa es que a lo mejor tenía un mal día.
-Pues eso debe ser, porque la simpatía no le sobraba. Y, por cierto, ¿qué clase de pruebas? - me preguntaste inquieta.
-Pues creo que le llaman “ecografía”.
-Y eso, ¿qué es?, no se les ocurrirá volver a tocarme.
-No, no te preocupes, es solo que vas a salir en la tele. Tendrás tu minuto de gloria y yo la oportunidad de verte por primera vez. Al fin nos vamos a ver las caras tu y yo.
Esto se estaba convirtiendo en una especie de juego en el que íbamos superando fases, con la esperanza de llegar  a algún desenlace, aunque con la incertidumbre de no saber cuántas fases tendríamos que superar, en cuál de ellas obtendríamos el premio o, incluso, si al final habría realmente premio. Había pasado un año y estábamos  casi como al principio, es cierto que habíamos despejado una duda importante, que tu dolencia no era letal de necesidad, pero yo me preguntaba, ¿hacía falta un año para llegar a esa conclusión y no avanzar más en una posible solución, si la había? ¿Las miles de parejas que viven problemas como el nuestro sufren el mismo proceso o nos había tocado a nosotros ser los tontos de la clase?. Eran preguntas que me hacía, y me sigo haciendo hoy, cinco años después.

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