domingo, 4 de septiembre de 2016

REVELAR EL ROLLO

Hace algunos años, circulaba entre la gente un chiste de los miles que el acerbo popular cultiva y de los que nadie sabe quien fue su creador ni este se preocupa en proclamar su autoría.
El chiste en cuestión relataba que, entra un señor a una tienda de fotografía. El dependiente, muy amable, se dirige a él y le dice:- Buenas tardes, ¿qué desea?
El señor, le contesta : Buenas tardes, pues mire usted, deseo cambiarme el coche porque el que tengo ahora ya está un poco viejo, pero resulta que ahora no puedo porque aunque tenía unos ahorros, mi mujer se empeñó en hacer una pequeña reforma en casa, y ya sabe como son las mujeres, que cuando se les mete algo en la cabeza no hay quien las pare, pero ya le digo yo....
El dependiente, atónito ante el verbo suelto del potencial cliente, cortándole, le dice: -Perdone, ¿pero por qué me cuenta a mi todo eso?.
El señor le responde: Pues no lo se, pero como en la puerta hay un cartel que dice : “Entre y revele su rollo en una hora”.
Hoy este chiste no podría contarse mas que entre los mayores de treinta años que podrían recordar que hace mucho tiempo, las fotografías se hacían con máquinas que llevaban un carrete o rollo de película en el que se impresionaban las imágenes y, para obtenerlas en papel, había que llevarlas a revelar a establecimientos especializados y los mas avanzados daban un tiempo máximo de una hora para realizar el proceso de revelado.
Hoy la gente ya no revela las fotos, en todo caso las imprime, sin embargo, lo que nunca desaparecerá será el especímen que, como el señor del chiste, siempre esté dispuesto a revelar su rollo personal a quien se le ponga por delante.
En la era de la comunicación se dice que cada vez hay menos comunicación entre las personas, que hablamos menos, que las familias, que los amigos se comunican menos, entendiendo por comunicación  el contraste de pareceres y pensamientos. Sin embargo, la era de la comunicación, de las redes sociales, ha abierto un campo abonado para que florezcan legiones de amantes del revelado de rollos. Cuando uno abre facebook, lo único que encuentras son miles de mini-rollos personales revelados que, maldito el interés que el resto del mundo pueda tener en ellos y, además, tienen el descaro de pedirte que les digas si te gusta. Lo mismo podríamos decir de twiter, donde cada cual puede lanzar al mundo su pequeña historia esperando que los demás opinen sobre ella. Lo sorprendente es que la gente, conocida o desconocida, opina.
Tal vez sea por mi edad, porque soy de la generación de las máquinas de fotos de “rollo”, sigo admirando, aunque a veces me cargue, al revelador clásico, al que te lo cuenta de palabra, diréctamente a la cara, obligándote a escucharlo, incluso a opinar, sin que tu le hayas preguntado ni hayas mostrado el mas mínimo interés por su historia.
De todos ellos, hay uno que admiro por su técnica depurada para meterte en la “sala de revelado”. Es el que empieza preguntándote por tu vida, que tu entiendes como un acto de cortesía, pero no, ese acto de cortesía esconde una trampa de la que te será muy difícil salir.
El, te saluda muy educado y te pregunta: ¿Qué tal, cómo te va?, y tu, también muy educado, respondes con la generalidad que la pregunta se merece: -Bien, ya sabes, poco a poco....
A partir de aquí estas perdido, porque lo que viene es que sin que siquiera tu hayas osado interesarte por su estado, te lo va a contar con pelos y señales. Su familia, su trabajo, la reforma de su casa, sus ultimas vacaciones, todo aparecerá como contrapartida, supongo, de las escuetas seis palabras en las que tu has resumido la situación de tu vida.
A este especimen le da igual lo que puedas contarle sobre algo que te haya sucedido recientemente, que el siempre responderá contándote a ti tres o cuatro historia similares que le acontecieron algún día. Si empiezas a contarle, pongamos, un accidente reciente, no te dará tiempo a acabar el relato de los hechos, antes de que llegues al momento del golpe, te sorprenderás oyendo otro accidente que él tuvo tiempo atrás y, seguramente, adornará su relato con historias paralelas de familiares que andaban por allí, de su relación con ellos y de la discusión que tuvieron en la última cena de Navidad.
Por eso, últimamente, cuando necesito desahogarme de algo que me inquieta, cuando llega uno de esos momentos en que todos decimos que necesitamos a alguien que nos escuche, prefiero escribirlo, a fin de cuentas, el papel me va a hacer el mismo caso que el amigo revelador, pero al menos no me va a dar la brasa con su rollo cuando lo que necesito es que me escuchen y no escuchar, que cada cosa tiene su momento.
A veces me imagino, aunque no soy creyente, cómo sería que alguien se acercase a confesar su pecados y al primer pecado relatado, el cura le atacase con el relato pormenorizado de los suyos.
Pues eso, cuando toca escuchar, como los curas en confesión.













No hay comentarios:

Publicar un comentario