martes, 6 de septiembre de 2016

CONVERSACIONES CON MI PROSTATA (IV)

Nos decían que para descartar otras posibilidades había que realizar algunas pruebas mas como ecografías, radiografías de contraste, análisis, y qué se yo cuantas cosas más, pero si en realidad hubiesen existido esas otras posibilidades, con el tiempo transcurrido, seguramente hubiéramos perdido ya la posibilidad de tratarlas.
Posiblemente todo esto sean reflexiones de un paciente y sufriente profano en la materia, asustado porque empieza a notar los efectos del paso de los años que, indudablemente, merman la calidad de vida. Posiblemente esto no va más allá de lo que coloquialmente llamamos “la aparición de goteras” , y nunca mejor dicho en este caso, pero te confieso que, a pesar del carácter de normalidad que nos quieren hacer asumir, me resisto a aceptarlo como tal.
-Me parece que, en realidad, lo que te niegas a asumir es que tu vida sexual esté desapareciendo y que  no encuentres el modo de parar el desastre.
-Oye, noto un cierto tono irónico en tus palabras. Más te valdría callar sobre este tema – respondí.
-¿Aún sigues culpándome a mí de esto? - quisiste defenderte- ya te dijeron que no está probado que yo sea la causa.
-Es cierto, pero que no pueda probarse no quiere decir que no lo sea, pero no se trata de buscar culpables ahora, sino de encontrar soluciones.
-¿Las has buscado? - preguntaste.
-Claro que las he buscado. Con cada profesional que me he reunido, y últimamente han sido muchos, por esta y por otras causas, he sacado el tema, pero las soluciones que me aportan no  me terminan de convencer.
-¿Por qué?, al fin y al cabo ellos son profesionales y deben saber lo que necesitas.
-Eso mismo pensaba yo, pero cuando el daño ha traspasado los límites de lo meramente físico, creo que las soluciones son bastante más complejas que lo que pueda aportar un fármaco.
-Creo que me estoy perdiendo  – reclamaste.
-Intentaré explicarme. En primer lugar hay que distinguir entre deseo sexual y capacidad para realizarlo. El que mi capacidad haya disminuido, no quiere decir que haya desparecido el deseo. Este aun sigue vivo, aun me agarra las tripas, pero ahí se queda. Te pondré un ejemplo. La persona que pierde la vista en la mitad de su vida, no ha perdido el deseo de ver, sino la capacidad de hacerlo y se esfuerza en ello. Aprende a ver de otro modo, con el tacto, con el oído, con el olfato, pone, en fin, sus otro sentidos al servicio del que no puede usar y, de algún modo, termina viendo, e incluso teniendo una vida plena. No con la plenitud de quien no sufre su carencia, pero si con la de quien ha sabido adaptar su situación a una nueva realidad.
-¿Quieres decir que tú también tendrías que adaptarte?
-Algo parecido, pero en este caso, y ahí está el matiz, no soy yo solo quien debería adaptarse, sino que también tendría que hacerlo quien comparte conmigo su sexualidad y la mía, porque el sexo, como bien sabes compañera, es cosa de dos.
-¿Y por qué no lo hacéis?- preguntaste con inocencia.
-Esa es una buena pregunta que merecería una respuesta simple, pero que desgraciadamente no la tiene. Te dije antes que cuando el daño supera la barrera física, la reparación se torna compleja y, en lo tocante al sexo, la barrera entre lo físico y lo psicológico es muy débil, casi imperceptible, y lo peor de todo es que ese daño secundario, el psicológico, no me afecta solo a mí, sino que también lo hace con mi pareja. ¿Entiendes ahora por qué no me sirven los remedios que me ofrecen los profesionales?
Si cuando todo esto empezó lo hubiéramos afrontado juntos, conscientes de que, de algún modo, ambos éramos afectados del mal, el uno como portador y la otra por contagio, y que el mal no operaba del mismo modo en los dos, pero a ambos nos enfermaba y que la hipotética curación de uno no presuponía la del otro. Si esta educación castrante que arrastra la humanidad, que impide hablar abiertamente de enfermedades relacionadas con el sexo mientras podemos hablar de otras como el cáncer o incluso el sida, no me hubiera impedido afrontarlo con realismo, tal vez lo hubiéramos superado, pero ahora el mal está enquistado y será difícil erradicarlo.
-Hablas como si renunciases a encontrar una solución.
-No, aun no he renunciado a nada y, el primer paso, es que por primera vez estoy hablando con alguien de esto.
-Pero yo no cuento, yo soy una parte pasiva del conflicto.

-Para mí si cuentas. Expresar estos sentimientos y asumir en voz alta mi cobardía y mis miedos, significa mucho. Tú me has servido de excusa para, empezando a culparte de mis problemas, ir descubriendo que yo soy el único responsable, que cuando el lobo lanzó sus primero aullidos no quise oírlos, que cuando la primera, la segunda e, incluso, la tercera vez en que el deseo se me deshizo entre los dedos como algodón de azúcar busqué en el libro de las excusas una explicación mentirosa que me convenciese de que el mal era pasajero. Pero hoy se ha instalado y mucho me temo que con intención de quedarse para siempre.

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