Nos decían que para
descartar otras posibilidades había que realizar algunas pruebas mas como
ecografías, radiografías de contraste, análisis, y qué se yo cuantas cosas más,
pero si en realidad hubiesen existido esas otras posibilidades, con el tiempo
transcurrido, seguramente hubiéramos perdido ya la posibilidad de tratarlas.
Posiblemente todo esto
sean reflexiones de un paciente y sufriente profano en la materia, asustado
porque empieza a notar los efectos del paso de los años que, indudablemente,
merman la calidad de vida. Posiblemente esto no va más allá de lo que
coloquialmente llamamos “la aparición de goteras” , y nunca mejor dicho en este
caso, pero te confieso que, a pesar del carácter de normalidad que nos quieren
hacer asumir, me resisto a aceptarlo como tal.
-Me parece que, en
realidad, lo que te niegas a asumir es que tu vida sexual esté desapareciendo y
que no encuentres el modo de parar el
desastre.
-Oye, noto un cierto tono
irónico en tus palabras. Más te valdría callar sobre este tema – respondí.
-¿Aún sigues culpándome
a mí de esto? - quisiste defenderte- ya te dijeron que no está probado que yo
sea la causa.
-Es cierto, pero que no
pueda probarse no quiere decir que no lo sea, pero no se trata de buscar
culpables ahora, sino de encontrar soluciones.
-¿Las has buscado? -
preguntaste.
-Claro que las he
buscado. Con cada profesional que me he reunido, y últimamente han sido muchos,
por esta y por otras causas, he sacado el tema, pero las soluciones que me
aportan no me terminan de convencer.
-¿Por qué?, al fin y al
cabo ellos son profesionales y deben saber lo que necesitas.
-Eso mismo pensaba yo,
pero cuando el daño ha traspasado los límites de lo meramente físico, creo que
las soluciones son bastante más complejas que lo que pueda aportar un fármaco.
-Creo que me estoy
perdiendo – reclamaste.
-Intentaré explicarme.
En primer lugar hay que distinguir entre deseo sexual y capacidad para
realizarlo. El que mi capacidad haya disminuido, no quiere decir que haya
desparecido el deseo. Este aun sigue vivo, aun me agarra las tripas, pero ahí
se queda. Te pondré un ejemplo. La persona que pierde la vista en la mitad de
su vida, no ha perdido el deseo de ver, sino la capacidad de hacerlo y se
esfuerza en ello. Aprende a ver de otro modo, con el tacto, con el oído, con el
olfato, pone, en fin, sus otro sentidos al servicio del que no puede usar y, de
algún modo, termina viendo, e incluso teniendo una vida plena. No con la
plenitud de quien no sufre su carencia, pero si con la de quien ha sabido
adaptar su situación a una nueva realidad.
-¿Quieres decir que tú
también tendrías que adaptarte?
-Algo parecido, pero en
este caso, y ahí está el matiz, no soy yo solo quien debería adaptarse, sino
que también tendría que hacerlo quien comparte conmigo su sexualidad y la mía,
porque el sexo, como bien sabes compañera, es cosa de dos.
-¿Y por qué no lo
hacéis?- preguntaste con inocencia.
-Esa es una buena
pregunta que merecería una respuesta simple, pero que desgraciadamente no la
tiene. Te dije antes que cuando el daño supera la barrera física, la reparación
se torna compleja y, en lo tocante al sexo, la barrera entre lo físico y lo
psicológico es muy débil, casi imperceptible, y lo peor de todo es que ese daño
secundario, el psicológico, no me afecta solo a mí, sino que también lo hace
con mi pareja. ¿Entiendes ahora por qué no me sirven los remedios que me
ofrecen los profesionales?
Si cuando todo esto
empezó lo hubiéramos afrontado juntos, conscientes de que, de algún modo, ambos
éramos afectados del mal, el uno como portador y la otra por contagio, y que el
mal no operaba del mismo modo en los dos, pero a ambos nos enfermaba y que la
hipotética curación de uno no presuponía la del otro. Si esta educación
castrante que arrastra la humanidad, que impide hablar abiertamente de
enfermedades relacionadas con el sexo mientras podemos hablar de otras como el
cáncer o incluso el sida, no me hubiera impedido afrontarlo con realismo, tal
vez lo hubiéramos superado, pero ahora el mal está enquistado y será difícil
erradicarlo.
-Hablas como si
renunciases a encontrar una solución.
-No, aun no he
renunciado a nada y, el primer paso, es que por primera vez estoy hablando con
alguien de esto.
-Pero yo no cuento, yo
soy una parte pasiva del conflicto.
-Para mí si cuentas.
Expresar estos sentimientos y asumir en voz alta mi cobardía y mis miedos,
significa mucho. Tú me has servido de excusa para, empezando a culparte de mis
problemas, ir descubriendo que yo soy el único responsable, que cuando el lobo
lanzó sus primero aullidos no quise oírlos, que cuando la primera, la segunda
e, incluso, la tercera vez en que el deseo se me deshizo entre los dedos como
algodón de azúcar busqué en el libro de las excusas una explicación mentirosa
que me convenciese de que el mal era pasajero. Pero hoy se ha instalado y mucho
me temo que con intención de quedarse para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario