domingo, 4 de septiembre de 2016

CONVERSACIONES CON MI PROSTATA (II)

No te vi demasiado entusiasmada con la noticia, pero tampoco pusiste demasiada resistencia, aun a sabiendas de que la tal señora Doctora intentaría incomodarte con algo que para ti resultaría totalmente novedoso y hasta desagradable. Sabías que no solo te ofrecería su saludo, sino que intentaría  un apretón de manos o una palmadita en la espalda y como en tus sesenta años,  jamás habías tenido contacto físico con nada ni con nadie, entendí tu nerviosismo y, de alguna manera, me contagié de él.
A la cita acudimos con tranquilidad de pronóstico reservado, tú por ignorancia y yo por resignación, pues alguna otra pareja que, como nosotros, había pasado por este trámite, me habían contado su experiencia.
En el lugar de la cita, un despacho de consulta profesional con poco mobiliario, una mesa de oficina con dos sillas para las visitas, alguna estantería y, al fondo, una camilla para reconocimientos, nos recibió la señora Doctora con  gesto frio a la vez que educado. Tras el saludo de rigor entre ella y yo, pues tú te abstuviste de hacer notar tu presencia, me pidió que le relatase cómo era nuestra relación, en qué circunstancias se interrumpía nuestra comunicación y hasta qué grado de sufrimiento podíamos llegar cuando esto ocurría.
Lo hice de la forma más objetiva posible, intentando no aparecer de víctima que, a la postre, es la posición más cómoda, intentando reconocer mis errores y mi proceder inadecuado en algunos momentos. Me escuchó sin interrupciones, tan solo alguna pregunta aclaratoria de vez en cuando, y tomando cumplidas notas de mi relato de los hechos.
Cuando creyó tener una idea aproximada de la situación, con esa frialdad profesional que caracteriza a la gente de su gremio, pronunció tres únicas palabras:
-Bájese los pantalones.
En ese momento, te oí murmurar: -Estará de broma, no le hagas ni caso, vámonos de aquí.
Ignorando tus protestas, cumplí la escueta orden sin rechistar. -¡Güevón! – te oí decir.
Acodado en la camilla del fondo, con la parte superior de mi cuerpo apoyada en ella y con mi dignidad enrollada en los pantalones a la altura de los tobillos, esperé con resignación la extraña maniobra que la señora Doctora se disponía a realizar.
La incómoda postura y lo insólito de la situación me impedían ver con claridad cuales eran sus intenciones, aunque poco había que pensar para adivinarlas. Se disponía a saludarte. El chasquido de una guante de látex ajustándose a su mano me confirmó mis temores…y los tuyos, que al oír el ruido te asustaste como una vieja e intentaste huir despavorida.
El saludo fue rápido, sólo una palmadita en la espalda a la que tú, haciendo gala de una cierta descortesía no correspondiste.
Al acabar, tardé dos segundos en recomponer mi vestimenta y bastante tiempo mas en recomponer mi dignidad.
-¿Por qué le has dejado entrar? - me recriminaste nada mas salir de la consulta.
-Te aseguro que no pude hacer otra cosa – respondí.
-¿Cómo que no?, prohibirle la entrada, ya lo has hecho otras veces.
-Pero no es lo  mismo, no son las mismas circunstancias. Deja que te explique algo sobre el poder, el mando  y la obediencia. Si hay algo entre las personas a lo que nadie es capaz de oponerse, es a la autoridad de una bata blanca. Cuando alguien investido con la autoridad de una bata blanca, ya sea médico, enfermera, celador o señora de la limpieza,  te dice desnúdate, no hay quien se atreva a incumplir la orden. Me rio yo de los galones militares. Hasta en los talleres de reparación de vehículos se ven empleados con bata blanca, que uno piensa que no parece el color mas adecuado para andar entre grasa de motores, pero no, ellos no andan entre suciedad, ellos son los que te hacen la factura de la reparación y, a ver quién tiene pelotas para discutirle la factura a un tío con bata blanca.
Y esto, no es exclusivo de la especie humana. He visto perros grandes como caballos y fieros como leones, comportarse como corderitos ante la presencia de la bata blanca del veterinario. Así que no me vengas con quejas a destiempo. Además era absolutamente necesario para comprobar tu estado de salud.
-Pero habrá otros métodos para hacer esa comprobación.- seguiste protestando.
-Bueno, deja ya de quejarte, no ha sido tan horrible – dije, tratando de zanjar la cuestión – tú y yo conocemos parejas como nosotros, donde ella recibe visitas casi a diario y no se queja, mas bien parece que le hace feliz tener una vida social tan ajetreada.
-¿No estarás pensando en....? - te apresuraste a decir.
-No tengas miedo, me parece que a estas alturas ya no voy a cambiar de hábitos...aunque quién sabe, a lo mejor te arreglaba un poco ese cuerpo serrano – añadí en tono de broma para relajar el ambiente.
-Bueno, ¿qué te ha dicho? ¿cómo me ha encontrado? - preguntaste ya un poco mas tranquila.
-Pues que tienes sobrepeso.
-¿Que tengo qué?
-Que estas gorda – aclaré.
-Oye, oye, sin faltar, que tu eres calvo y yo no te lo echo en cara.
-Que no, que no...que no intento faltarte, pero al parecer has engordado algo más de la cuenta y eso te impide trabajar como es debido, pero aun hay que hacer algunas pruebas más para saber si esa tendencia a engordar está producida por algo que pudiera resultar realmente grave.
-¿Y tendré que volver a saludar a esa señora? - preguntaste algo asustada.
-No lo creo – respondí – la próxima reunión la tendremos, posiblemente, con alguien un poco más especializado en la materia  y, allí, seguramente, no habrá saludos, aunque mucho me temo que tendremos que someternos a alguna sesión de fotos o vídeos.
-Que ilusión, seremos famosos – dijiste.
-Bueno, no creo que llegue a tanto, además nuestro público será algo reducido, pero por ahora, de momento, nos centraremos en esas primeras pruebas que descarten alguna causa grave en tu organismo.
Con la sensación de haberte tranquilizado, pero con la preocupación sobre el resultado de las pruebas, que no tendríamos hasta pasado casi un mes, creo no equivocarme al decir que, en aquel momento, nos sentimos tan cerca el uno del otro que supimos que ya nunca ninguno de los dos sería indiferente a la suerte del otro. Y aunque esto fue así desde el principio, yo no supe verlo hasta ese momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario