domingo, 4 de septiembre de 2016

DE VEZ EN CUANDO LA VIDA

“De vez en cuando la vida nos besa en la boca” decía el verso de la canción. La había escuchado innumerables veces porque era una de las preferidas de su madre, pero no era su estilo de música. Podía reconocer la voz del intérprete, pero no sabría decir su nombre, solo que era aquel cantante catalán, ya mayor, que había salido algunas veces con Sabina.
Nunca había prestado atención a la letra y la melodía, para su gusto, era demasiado suave. Sus gustos musicales estaban más cerca de los ruidos que de la música con mensaje (canciones con “recao” decía su padre). Pero aquella tarde, cuando por casualidad, al pasar por delante de una de las tiendas de música de la calle Barquillo escuchó el primer verso en la voz de Serrat, sin saber por qué se quedó frente al escaparate atrapado en aquella melodía. Nunca antes la había entendido o quizás nunca antes la había escuchado como lo hacía ahora porque nunca antes, pensó, la vida le había besado en la boca.
Desde que tenía uso de razón, y de eso no hace tanto tiempo, había estado enamorado de su vecina del tercero. Habían crecido juntos, habían ido al colegio juntos y ahora iban juntos al mismo Instituto. Era su amiga del alma, su compañera de juegos y confidencias y, tal vez por eso, había ocultado ese amor incluso negándoselo a si mismo porque uno no puede enamorarse de su amiga del alma, o quizás fuese porque aun no había aprendido a distinguir los sentimientos, pero algo le había hecho despertar a la realidad del tirón en el estómago a los dieciséis años, ese tirón que duele, que te paraliza, que seguramente volvería a sentir otras veces a lo largo de su vida, pero nunca con la misma intensidad.
Al salir de clase, había visto a Yolanda coquetear con un compañero de curso, pero no uno cualquiera, la había visto con Javier, el guapo, el líder, por el que todas las niñas suspiraban y sintió una mezcla de celos y envidia, no demasiado sana por cierto, y se dijo que la simple amistad no podía hacer tanto daño. Había leído que el amor, a veces, dolía y llegó a la conclusión de que el dolor que sentía en aquel momento no podía ser otra cosa que  amor.
El coqueteo no llegó a nada, o pudo ser que ni siquiera existiese y que solo estuviese en su imaginación, pues cuando Yolanda le vio corrió hacia él, como hacía cada tarde, para regresar juntos a casa,  pero él ya había tomado una decisión, le contaría a Yolanda lo que acababa de sentir aunque pusiese en peligro su amistad.
Los ojos de Yolanda brillaron cuando Iker le confesó torpemente su amor. Un fuerte color rojo inundó sus mejillas y sus labios buscaron los de Iker dejando en ellos un beso torpe a la vez que salía corriendo mientras él se quedaba paralizado incapaz de seguirla. Vagó sin rumbo por las calles saboreando aquel “no beso” y sintiéndose el hombre, porque le hizo sentirse hombre, más feliz del mundo.
No se quedó a escuchar el final de la canción. La última estrofa:
De vez en cuando la vida nos gasta una broma
Y nos despertamos sin saber que pasa,
Chupando un palo sentados
Sobre una calabaza.

Pero eso ya se lo enseñaría la vida en su momento. Aquella tarde, la vida le había besado en la boca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario