domingo, 4 de septiembre de 2016

ESPERAME EN EL CIELO

Con manos temblorosas, el viejo abrió el cajón de la cómoda sacándolo hasta la mitad. Introdujo su mano hasta tocar el fondo con la seguridad de que allí encontraría el pequeño bulto que durante muchos años había permanecido, no escondido, sino guardado, tanto en su memoria como en el cajón que ahora abría.
Un pequeño envoltorio de tela  aterciopelada, anudado con una cinta de seda roja en la que ya apenas se leía una fecha escrita a mano, 15 de abril de 1957.
Habían pasado casi sesenta años desde que una mano adolescente escribió aquella fecha y, sin embargo, en su recuerdo las imágenes estaban tan claras que aun podía oir la risa de Marta y la suya propia en aquel día feliz de su adolescencia.
Desanudó la cinta con cuidado y, como con miedo a que el paso del tiempo hubiese deshecho la tela que envolvía aquel objeto, la fue retirando con la punta de los dedos hasta dejar al descubierto la vieja llave. Una llave antigua, de ojal grande, alma larga y dentadura escasa. Los recuerdos se le agolparon de momento en su cabeza. Apenas había cumplido los diecisiete años. Marta aun no tenía dieciséis y aquel domingo de primavera, con esa llave y la fantasía adolescente de su juventud, se juraron amor eterno.
Marta le había entregado la llave diciéndole: -Esta llave cerrará la puerta que impedirá que nuestros corazones se escapen, así se mantendrán juntos para siempre y si algún día alguno de nosotros quiere deshacer esta unión, solo tendrá que entregar la llave al otro para que este abra la puerta y dejarlo ir sin explicaciones ni reproches.
El viejo, recordó el calor primaveral de aquel quince de abril y pensó que las primaveras ya no son iguales, últimamente no son tan calurosas, se dijo, pero cuando se han sobrepasado los setenta años de edad,  las primaveras son menos calurosas, los inviernos mas fríos y los veranos menos sofocantes.
En todos aquellos años, muy pocas veces había abierto el cajón de la cómoda para buscar la llave, solo en contadas ocasiones y nunca con la intención de de hace que aquella vieja llave abriese la imaginaria puerta que le mantenía unido a Marta. Lo hizo para asegurarse que aun seguía allí y que eso significaba que juntos podían superar cualquier dificultad que la vida les pusiese en el camino.
Con el paso lento que le permitía el dichoso reuma, que no se merecía, atravesó el trecho de pasillo que separaba el dormitorio del cuarto de estar, llevando la llave consigo.
En el cuarto de estar, junto al gran ventanal, estaba Marta, sentada en su silla de ruedas con una liviana manta tapando sus piernas. La mirada perdida en un punto indefinido como queriendo buscar  la memoria que hace unos años la abandonó.
El viejo se sentó a su lado como cada tarde, pero hoy no le leería el capítulo de la novela que descansaba sobre la mesa camilla. El mismo capítulo que día tras día releía en voz alta, pues al igual que Penélope tejía y destejía mientras esperaba el regreso de su amado Ulises, el viejo leía y releía para no acabar el relato con la esperanza de que mientras tanto Marta volviese de las tinieblas del olvido.
Ni siquiera, aquella tarde, cuando las sombras de la noche se iban adueñando de la estancia envolviéndola en un gris que amenazaba con oscurecerse a cada momento, encendió la luz. Prefirió compartir la oscuridad del pensamiento de Marta y también perdió su mirada en el punto donde estaba la de ella en un último intento de ayudarla a buscar sus recuerdos.
Cogió la mano de Marta y depositó la llave en su palma, le cerró el puño con fuerza para que sintiese el tacto de la llave en su mano. Marta no hizo nada, su voluntad seguía ausente y el viejo se inclinó para besas su frente. De pronto, el brazo de Marta se movió y el puño que contenía la llave fue levantándose lentamente hasta llegar a su pecho, a la altura de donde dicen que tenemos el corazón. Allí se apretó contra el y con la escasa luz que aun se colaba a través del ventanal, el viejo vio brillar dos lágrimas que resbalaban por el rostro de porcelana de Marta. No pudo ver la suyas propias, pero pudo sentir el sabor salado de su llanto cuando este alcanzó sus labios.
A la mañana siguiente, Marta no despertó, cuando el viejo entró en la habitación, yacía tumbada en la cama, el puño abierto y sobre la palma de su mano la vieja llave. El viejo depositó un último beso en sus labios mientras le susurraba: - Espérame en la puerta del cielo, yo la abriré para que entremos juntos en él.
Unos días mas tarde, sin causa aparente, el viejo tampoco despertó. Sus familiares no encontraron ninguna antigua llave cerca de él, pero no fueron capaces de abrir el puño cerrado del viejo. En su interior, posiblemente estuviese la llave del cielo.


2 comentarios:

  1. Saludos, este era el relato que deseaba comentarte. Siempre me parece muy dolorosa la muerte; pero es el destino inamovible. La nota de saber que hay un lugar para ellos, me enternece.

    Saludos cordiales, ¡Nos leemos!

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    1. La muerte es algo natural que, incomprensiblemente a veces, nos duele. pero una de las mayores pruebas de amor es entender el momento en que un ser querido debe irse.
      Ese momento es el que he intentado reflejar en el relato.

      Saludos

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